14 julio 2008

Reconocimiento del mundo cultural

La vida cotidiana nos impone un tránsito por diferentes lugares de los cuales formamos parte. En ese andar arrastramos modalidades y prácticas que llevamos incorporadas y naturalizadas, cuando actuamos e interpretamos el mundo que nos rodea. ¿Podemos dejar a un lado aspectos referidos a las tradiciones italianas de nuestras familias, que somos hinchas de tal equipo, que nos gustan ciertos grupos de música, en el momento de asistir a la escuela?

Resulta imposible desprendernos de este “mundo cultural” que nos otorga los marcos de comprensión de nuestra realidad más inmediata. Los espacios nos habitan y nosotros los habitamos; es decir, nos cargan de significados y a la vez, los resignificamos a partir de otras prácticas que ponemos en juego allí.

La escuela en sus orígenes operó como promotora del abandono de un tipo de prácticas que los sujetos traían desde sus contextos más cercanos. Así fue modelando a los alumnos para los tiempos del ocio (recreos) y los tiempos productivos (trabajo en el aula) que requería la modernidad.

El contexto actual obligó a la escuela a reconocer el “afuera”, e incorporar de a poco una suma de prácticas que en otros tiempos históricos las negaba. La aparición de los comedores escolares fue desplazando el mandato fundacional de la escuela, para dar lugar a un reacomodamiento de las situaciones en base a la realidad social de los sujetos, producto del crecimiento de la pobreza y desempleo, entre otros.

Realizar este tipo de reconocimientos de la situación estructural del país, no indica que contemple tipos de prácticas culturales que no tienen que ver con su contrato establecido originariamente. La escuela puede negar los programas de televisión en el desarrollo de los contenidos curriculares, pero sin embargo, no puede detener su presencia en la constitución de la subjetividad de los alumnos (cultura mediática).

Asimismo, en la conformación del mundo cultural se producen adhesiones a determinados discursos que modelan, reafirman y transforman nuestras prácticas heredadas. No podemos escindirnos de ellas, y además como estamos en un mundo social, la suma de todas ellas nos va formando como sujetos.

En el proceso de interpelación se configuran los sentidos en un conjunto textual, que intenta formar sujetos. Por ejemplo, el discurso de un partido político, busca proponer significaciones acordes a su visión del mundo que los diferencie de otros partidos opositores.

En este sentido el proceso es educativo, porque propone una reafirmación o una transformación de las prácticas. Sin embargo, si no se produce un reconocimiento del sujeto en aquello que se le propone (interpelación) todo esto queda trunco. De allí que la educación tiene que necesariamente preguntarse por los mundos culturales de los sujetos a los cuales pretende formar.

Bourdieu, P., El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991. Cfr. Huergo Cultura escolar/ cultura mediática, intersecciones, Instituto Pedagógico Nacional, Colombia, 2000.

Por María Alejandra González y Ma. Agustina Carrica

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